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jueves, 13 de septiembre de 2012

Un guerrero, Una muerte y sus sucesos



Tte Crl Salvador Cabrejos

 
Veinticinco de marzo 2011. Un chispazo iluminó fugazmente la selva. El sargento Ipushima sintió un piquete que lo obligó a pegar un salto, y, después, a caer de rodillas sobre el puesto de vigilancia N° 3 de la base de Pichiquia, a orillas del Ene. La fuerza que caracteriza a todo joven lo llevó a intentar reincorporarse. Pero eso no fue posible. Apenas consiguió arrastrarse, marcando una estela de sangre sobre el suelo. Su vida fue perdiéndose, mientras la selva se fue difuminando. Del otro lado de este escenario, un tirador selecto se complace de su cobardía.

Un hombre parte de su hogar, con una misión y con el corazón repleto de emociones, el VRAEM lo espera…flaco, de baja estatura, calmado, amigo, responsable, disciplinado, honesto, integro, siempre valiente y seguro, nadie creería que en ese ser de mediana estatura se guardaba un hombre mayúsculo y de figura impregnada.

El cabo Panduro, consorte de Ipushima, testigo del ataque, se perdió en el horror de la noche. Sus días a partir de entonces perdieron sentido alguno. El tono verde adquirió una condición nívea, la jungla se convirtió en paredes y cortinas blancas. Su vida se perdió en un recuerdo, una pérdida. Sus deseos de sobrevivir, sumados a su impotencia por no poder vengarse, se debilitaron hasta intentar quitarse la vida.

Una persona ha muerto, un padre de un niño de 10 meses que se perderá de muchas lecciones. Ese niño aprenderá a bailar trompo por sus propios medios. Ese niño aprenderá la diferencia entre el bien y el mal por su cuenta. Una mujer dejará de ser amada. Una mujer seguirá esperando la llegada de su esposo. Seguirá esperando un abrazo tierno y extenso.

Un hombre parte de su hogar, con una misión y con el corazón repleto de emociones. Un cuerpo regresa a ese hogar y es recibido por dos padres que no están preparados para procesar todas esas emociones. No es el orden natural de las cosas, después de todo: los hijos entierran a sus padres y nunca debería alterarse el orden de las cosas.

Todos somos una suma de nuestros muertos, de aquellas personas cuya existencia nos ayudó a ser mejores personas. Ellos nunca se van del todo y es precisamente por ello que no podemos dejar las cosas así. La mejor manera de rendirle tributo a nuestros guerreros muertos es seguir viviendo. Hacerlo de una forma digna, valerosa. Una forma que observe directamente el rostro de la maldad más pura y le niegue cualquier injerencia.






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