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Un hombre parte de su hogar, con una
misión y con el corazón repleto de emociones, el VRAEM lo espera…flaco, de baja
estatura, calmado, amigo, responsable, disciplinado, honesto, integro, siempre
valiente y seguro, nadie creería que en ese ser de mediana estatura se guardaba
un hombre mayúsculo y de figura impregnada.
El cabo Panduro, consorte de Ipushima,
testigo del ataque, se perdió en el horror de la noche. Sus días a partir de
entonces perdieron sentido alguno. El tono verde adquirió una condición nívea,
la jungla se convirtió en paredes y cortinas blancas. Su vida se perdió en un
recuerdo, una pérdida. Sus deseos de sobrevivir, sumados a su impotencia por no
poder vengarse, se debilitaron hasta intentar quitarse la vida.
Una persona ha muerto, un padre de un
niño de 10 meses que se perderá de muchas lecciones. Ese niño aprenderá a
bailar trompo por sus propios medios. Ese niño aprenderá la diferencia entre el
bien y el mal por su cuenta. Una mujer dejará de ser amada. Una mujer seguirá
esperando la llegada de su esposo. Seguirá esperando un abrazo tierno y
extenso.
Un hombre parte de su hogar, con una
misión y con el corazón repleto de emociones. Un cuerpo regresa a ese hogar y
es recibido por dos padres que no están preparados para procesar todas esas
emociones. No es el orden natural de las cosas, después de todo: los hijos
entierran a sus padres y nunca debería alterarse el orden de las cosas.
Todos somos una suma de nuestros
muertos, de aquellas personas cuya existencia nos ayudó a ser mejores personas.
Ellos nunca se van del todo y es precisamente por ello que no podemos dejar las
cosas así. La mejor manera de rendirle tributo a nuestros guerreros muertos es
seguir viviendo. Hacerlo de una forma digna, valerosa. Una forma que observe
directamente el rostro de la maldad más pura y le niegue cualquier injerencia.
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