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Crl Víctor Bezada
Un
día, lejano ya, caluroso, húmedo, nublado, como muchos en nuestra bravía, enigmática,
frondosa y verde ciudad de nuestra selva peruana, Iquitos, cuyas orillas son
dulce y violentamente bañadas por ese gigante, impetuoso, voraz y terroso río,
desde siempre famoso y hoy por hoy considerado como una de las maravillas
naturales de nuestro planeta, el Amazonas; un niño, inocente, inquieto,
introvertido y soñador, sobre todo soñador, motivado por sus tres mejores
amigos Harry, Mauro y Cristian, luego de los entonces atemorizantes exámenes de
quinta nota en ese popular pero exigente Colegio Nacional Maynas, saltó un
cerco de concreto no muy alto y zas… estuvo en la calle… con sus amigos.
Los
cuatro amigos, entre ellos nuestro soñador niño, divagaron sobre qué dirección
tomar, irían a la concurrida pero peligrosa ´playa´ en el rio Nanay - ya
entonces habían muerto tres alumnos, uno de ellos del Maynas en sus oscuras y mansas
pero traicioneras aguas- ó irían a bailar y tomar a casa de uno de los
compañeros de otro grupo del colegio–ya en esa época se hacían estas
actividades- total ya los exámenes
habían concluido.
Decidieron
ir a pedido de nuestro pequeño soñador, al Aeropuerto Internacional Coronel FAP
Francisco Secada Vignetta, en la Av. José Abelardo Quiñones, a 6 Km del centro
de la ciudad; este era un sitio que siempre le había llenado de fascinación, de
extraña excitación, quizá porque desde pequeño –al año aproximadamente- hiciera
su primer viaje en Faucett – entonces una de las principales líneas
aerocomerciales del Perú- rumbo a la capital, para el reencuentro familiar con
su papá y desde allí no cesarían los viajes, sea por vacaciones, sea porque
alguien en la familia estaba muy enfermo, sea porque alguien murió, ó quizá era
porque la sensación de libertad, de amplitud, de aventura, era lo que respiraba
en ese lugar, una sensación contagiante, una sensación que se respiraba en el
ambiente, aviones partiendo y llegando, pasajeros presurosos, voces amicales a
través de los parlantes que anunciaban la llegada, la partida de un vuelo, que
alertaba a los pasajeros, maletas que se recogían, taxis, pasajeros en el
restaurante en el último piso, todo ello ya le era atractivo, fascinante….
hasta que…ahí estaban con su uniforme verde olivo, presurosos, fatigados pero
siempre con gran disposición, iban y venían esos ágiles y joviales jóvenes de
verde olivo, ¿quiénes serán y qué hacen? Se preguntó nuestro soñador niño… y…
como todo pequeño, se acercó y les preguntó, …”…somos soldados niños, y estamos
viajando al Huallaga, por allá hay unos tucos, que están haciéndole mucho daño
a nuestro país, y nuestro deber ahora está allá…” fue la respuesta decidida,
firme, enérgica de aquel joven e impetuoso “SOLDADO” … “…me gustaría ir…”
expresó nuestro soñador amigo, “… aún eres muy pequeño, amigo…”, le
respondieron, “… pero las puertas de nuestro Ejército siempre estarán abiertas
para recibirte….ve y disfruta con tus amiguitos…. ya te llegará tu tiempo…”
…..Y EL TIEMPO LLEGÓ.
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